Ted Trainer *
Existe una relación inseparable entre el crecimiento, el sistema de mercado y el imperativo de acumulación que define al capitalismo. Muchos de quienes se oponen al crecimiento no parecen darse cuenta de esto, y la mayoría de la gente a favor del “decrecimiento” no parece comprender las implicaciones de su campaña. Por encima de todo, no parecen haber pensado en los cambios sociales ligados a ello, muchos y muy profundos, y no desean enfrentarse a la conclusión de que si uno desea deshacerse del crecimiento, habrá entonces que librarse del capitalismo e inevitablemente tendremos (algún tipo de) “socialismo”.
A lo largo de cincuenta años se ha ido
acumulando la literatura que señala la contradicción entre la búsqueda
del crecimiento económico y la sostenibilidad ecológica, aunque haya
tenido un efecto poco apreciable sobre la teoría o la práctica de la
economía. Unos pocos, especialmente Herman Daly (2008), han seguido
intentando introducir la economía del estado estacionario en la agenda,
pero sólo en los últimos años ha comenzado esta discusión a tomar
impulso. Prosperity Without Growth (2009) de Jackson, ha gozado de un
amplio reconocimiento, y ha surgido ya un movimiento europeo substantivo
en torno al “decrecimiento” (Latouche, 2007), y CASSE (2010).
La
argumentación de este artículo (1) se cifra en que no se han entendido
bien en absoluto las implicaciones de una economía de estado
estacionario, especialmente por parte de quienes la defienden. La
mayoría actúa como si pudiéramos o debiéramos eliminar el elemento del
crecimiento, mientras dejamos el resto más o menos tal cual. Habrá que
argumentar en primer lugar que esto no es posible, porque no es ésta una
economía que tenga crecimiento; es una economía de crecimiento, un
sistema en el que la mayoría de las estructuras y procesos centrales
entrañan crecimiento. Si se elimina el crecimiento, entonces habrá que
encontrar modos radicalmente diferentes de llevar a cabo muchos
procesos.
En segundo lugar, los críticos del crecimiento actúan de
forma característica como si fuera la única cosa, la cosa primordial o
suficiente que hay que resolver, pero se argumentará que los problemas
de primer orden que hemos de encarar no pueden resolverse a menos que se
rehagan de modo radical varios sistemas y estructuras fundamentales en
el seno de la sociedad capitalista de consumo. Lo que hace falta es un
cambio social mucho mayor que el que ha atravesado la sociedad
occidental en varios cientos de años.
Antes de prestar apoyo a
estas afirmaciones, es importante delinear la situación general de
“límites del crecimiento” a la que nos enfrentamos. En general, no se
advierte la magnitud de la gravedad del problema global medioambiental y
de recursos. Sólo cuando se entiende esto, es posible comprender que
los cambios sociales exigidos deben ser inmensos, radicales y de largo
alcance. La tesis inicial que aquí sostenemos (y que se detalla en
Trainer, 2010b) es que no se puede reformar ni reparar la sociedad de
consumo capitalista: Se ha de desechar y rehacer en gran medida de
acuerdo sobre bases bastante distintas.
Perfil de la defensa de los “límites del crecimiento”
El
planeta se adentra hoy rápidamente en muchos problemas de envergadura,
cualquiera de los cuales podría ocasionar el derrumbe de la civilización
en no mucho tiempo. Los más graves son la destrucción, la privación del
Tercer Mundo, el agotamiento de los recursos, los conflictos y guerras,
y la descomposición de la cohesión social. La causa principal de todos
estos productos estriba en la sobreproducción y el sobreconsumo: la
gente trata de vivir en un nivel de opulencia demasiado elevado para
poder sostenerlo o compartirlo entre todos.
Nuestra sociedad es
enormemente insostenible – los niveles de consumo, el uso de los
recursos y el impacto ecológico que tenemos en países ricos como
Australia quedan bastante lejos de niveles que pudieran mantenerse
durante mucho tiempo o ampliarse a todo el mundo. Sin embargo, la meta
suprema de casi todos consiste en aumentar los niveles de vida
materiales y el PIB y el consumo, la inversión y el comercio, etc. Lo
más rápido posible y sin ningún limite a la vista. No hay elemento en
nuestra condición suicida que sea más importante que esta insensata
obsesión por acelerar el factor principal que causa esta situación.
Los siguientes puntos nos ilustran sobre la magnitud de este rebasamiento.
*
Si los 9.000 millones de personas que tendremos sobre la Tierra en
cincuenta años utilizaran recursos al ritmo per cápita de los países
ricos, la producción anual de recursos tendría que ser ocho veces mayor
de lo que es hoy.
* Si esos 9.000 millones consumieran una dieta
norteamericana, necesitaríamos 4.500 millones de hectáreas de cultivo, y
sólo disponemos de 1.400 millones de hectáreas de tierra cultivada en
el planeta.
* Los recursos hídricos son escasos y menguantes.
¿Cuál será la situación si 9.000 millones tratan de utilizar el agua
como hacemos en los países ricos, mientras el problema de los gases de
invernadero reduce los recursos hídricos?
* Las pesquerías del
mundo se encuentran hoy con serios problemas, la mayoría con sobrepesca y
en declive. ¿Qué pasaría si los 9.000 millones intentaran consumir
pescado al ritmo de los australianos de hoy en día?
* Es probable
que diversos recursos minerales y de otro género pasen pronto a ser muy
escasos, entre ellos el galio, el indio, y el helio, y hay inquietud
respecto al cobre, zinc, plata y fósforo.
* Es probable que
comience a menguar el petróleo y el gas, y que en buena medida no se
pueda disponer de ellos en la segunda mitad de siglo. Si lo 9.000
millones consumieran petróleo al ritmo per cápita australiano, la
demanda mundial sería cinco veces mayor de lo que es hoy. La gravedad de
esto resulta extrema, dada la onerosa dependencia de nuestra sociedad
de los combustibles líquidos.
* Recientes análisis de la “huella” ecológica muestran que se precisan ocho hectáreas de tierra productiva para proporcionar agua, energía, terreno de asentamiento y alimentos para una persona que vive en Australia. (World Wildlife Fund, 2009.) De manera que si 9.000 millones vivieran como nosotros, serían necesarias unos 72.000 millones de hectáreas de tierra productiva. Pero eso equivale a cerca de diez veces toda la tierra productiva disponible en el planeta.
* Recientes análisis de la “huella” ecológica muestran que se precisan ocho hectáreas de tierra productiva para proporcionar agua, energía, terreno de asentamiento y alimentos para una persona que vive en Australia. (World Wildlife Fund, 2009.) De manera que si 9.000 millones vivieran como nosotros, serían necesarias unos 72.000 millones de hectáreas de tierra productiva. Pero eso equivale a cerca de diez veces toda la tierra productiva disponible en el planeta.
* El argumento más inquietante es el referido a los
gases de invernadero. Es muy probable que con el fin de impedir que el
contenido de carbono en la atmósfera se eleve a niveles peligrosos, haya
que eliminar por completo las emisiones de Co2 para 2050 (Hansen dice
que para 2030). (Hansen, 2009, Meinschausen et al., 2009.) El
geo-almacenamiento no nos lo permite, sólo sea porque únicamente puede
captar cerca del 85% del 50% de las emisiones que proceden de fuentes
estacionarias como centrales eléctricas.
Este tipo de cifras deja
sobradamente claro que los “niveles de vida” materiales del mundo rico
son enormemente insostenibles. Vivimos de un modo que resulta imposible
de compartir por todos. No es que hayamos sobrepasado un poco los
niveles sostenibles de consumo de recursos: es que los hemos sobrepasado
en un factor de cinco a diez. Pocos parecen darse cuenta de la magnitud
del exceso ni tampoco, por lo tanto, de las enormes reducciones que han
de llevarse a cabo.
Añádanse hoy las implicaciones del crecimiento
Las
cifras arriba señaladas se refieren a la actual situación, pero eso no
define el problema al que nos enfrentamos. El problema es: ¿cuál será la
situación en el futuro, dada la determinación de aumentar la producción
y el consumo de modo continuo y sin límites?
Como mínimo, en esta
sociedad se exige y se logra por lo común un crecimiento del 3% anual.
Si Australia tuviese un aumento anual de su rendimiento hasta 2050 y
para entonces los 9.000 millones de personas esperados hubiesen llegado a
los niveles de vida materiales que tendrían los australianos, el mundo
estaría produciendo casi veinte veces más de lo que produce hoy. Sin
embargo, el actual nivel es insostenible de un modo alarmante.
“El progreso técnico lo hará todo posible”
Llegamos
ahora al supuesto que asume la mayor parte de la gente, a saber, que no
hay necesidad siquiera de pensar en poner en cuestión el crecimiento, y
no digamos ya en reducir el consumo o la producción económica, por no
hablar de recortar el PIB en un factor de 5 a 10. El punto de vista
generalmente asumido es que “podremos seguir comprando montones de
cosas, viviendo en casas inmensas, conduciendo distancias prolongadas,
yendo de vacaciones, volando por todo el mundo, y disponiendo de un
nutrido fondo de armario, etc., y aumentar nuestro consumo de todos
estos bienes con cada año que pasa, porque nuestros magos de la
tecnología encontrarán la forma de producir bienes de consumo y hacer
que los coches sigan funcionando, etc., sin causar problemas de
importancia. Desde luego que las tecnologías existen ya, lo que pasa es
tan solo que nuestros embotados políticos nos han fallado a la hora de
llevarlas a la práctica”.
Sin embargo, el rebasamiento es
demasiado grande para que los avances técnicos plausibles puedan reducir
los problemas a proporciones tolerables. Quizás el optimista más
conocido del “arreglo técnico”, Amory Lovins, pretenda que podemos al
menos doblar el rendimiento global mientras dejamos en la mitad los
impactos sobre los recursos y medioambientales, es decir, podríamos
lograr una reducción de “factor cuatro” (Von Weisacher y Lovins, 1997.
Más recientemente se ha argumentado en torno a una reducción de factor
cinco). Pero esto no significaría estar lo bastante cerca de resolver
los problemas.
Asumamos que los actuales impactos globales sobre
los recursos y el medio ambiente deben reducirse a la mitad. Se ha
explicado que si nosotros en los países ricos tenemos una media de un
crecimiento del 3%, y 9.000 millones de personas alcanzaran los niveles
de vida de los que disfrutaríamos para 2050, la producción total del
mundo sería veinte veces mayor de lo que es hoy. Es muy poco verosímil
que los progresos técnicos hagan posible multiplicar el rendimiento
económico total por 20 a la vez que se reducen a la mitad los impactos,
es decir que permitan ¿una reducción de factor 40?
“Pero, ¿qué hay de las fuentes de energía renovables?”
No
hay supuesto más común en el remedio técnico ni menos analizado que la
idea de que se pueden substituir los combustibles fósiles por fuentes
renovables de energía, permitiendo ese modo disponer de abundante
riqueza energética, a la vez que se eliminan los problemas de los gases
de invernadero y demás. La hipótesis contraria queda detallada en
Renewable Energy Cannot Sustain A Consumer Society (Trainer 2007, y
puesta al día en Trainer, 2008. Véase también Trainer, 2009 y 2010.)
Así, por ejemplo, a continuación se indican las razones por las que no
hay ninguna posibilidad de que todo el mundo pueda disponer de vehículos
movidos por combustible de biomasa.
Probablemente será posible
derivar siete toneladas de biomasa por hectárea de una producción a muy
gran escala, y siete GJ de etanol por tonelada de biomasa. Esto
supondría 2,6 hectáreas para producir los 128 GJ [un gigajoule (GJ) son
mil millones de joules, equivalentes a 278 kWh; T.] que cada australiano
utiliza cada año en petróleo más gas. Si los 9.000 millones de personas
vivieran como los australianos de hoy en día, harían falta 23.000
millones de hectáreas de bosque en un planeta que sólo dispone de 13.000
millones de hectáreas de tierra.
Esto no significa que tengamos
que olvidarnos de las renovables. Son las fuentes hacia cuya plena
dependencia deberíamos ir moviéndonos lo antes posible. Pero no pueden
hacer de combustible de una sociedad de consumo para todos. Tienen que
formar parte de esa “forma más sencilla” esbozada anteriormente.
El fracaso de los Verdes
Pese
a lo abrumadora que resulta la argumentación contraria al crecimiento, y
el argumento de que no es posible resolver el problema del medio
ambiente a menos que pasemos a una economía de crecimiento cero, los
movimientos y partidos políticos verdes han ignorado casi por completo
la cuestión. El partido de los Verdes alemanes entendió la necesidad de
un vasto y radical cambio de sistema que nos alejara de la sociedad de
consumo capitalista. Sin embargo, hoy en día casi todos los esfuerzos
verdes se dirigen a intentar simplemente reformar esa sociedad, de tal
modo que se reduzca de algún modo su agresión al medio ambiente, y
prácticamente no hay campañas verdes encaminadas a llevarnos hacia un
tipo de sociedad que no destruya inevitablemente y cada vez más el medio
ambiente. Casi no prestan atención a la cuestión del crecimiento (así,
por ejemplo, el reciente libro de Geoff Mosley detalla la negativa
continuada de la Australian Conservation Foundation a ocuparse de ello.
Mosley, 2010).
De manera semejante, los partidos políticos verdes
no discuten el crecimiento económico o de población y se centran en
cambio en reformas que nunca ponen en tela de juicio el crecimiento y la
opulencia. Los verdes se encuentran entre quienes presentan las
afirmaciones más contundentes acerca de que la tecnología puede resolver
los problemas, eliminando toda necesidad de encarar el cambio de
sistema...y los políticos son responsables de no aplicar las soluciones
disponibles. La razón de este fracaso/negativa estriba, por supuesto, en
que si se manifestaran contrarios a la búsqueda del crecimiento y la
opulencia en una sociedad ferozmente obsesionada con estas metas,
perderían rápidamente a sus partidarios.
Un contexto más amplio
La
ingente insostenibilidad de la sociedad capitalista de consumo no es
más que el primero de los dos argumentos demoledores en contra de que
sea aceptable. El otro tiene que ver con la extrema y brutal injusticia
inserta en la economía global, y sin la cual no podríamos disponer en
los países ricos de niveles de vida materiales tan elevados.
La
economía global entrega la mayoría de la riqueza mundial en recursos, a
saber, del petróleo, a los países ricos. Tal es el caso debido
simplemente a que se trata de un sistema de mercado y en el mercado las
cosas de mayor escasez y valor se destinan a los ricos, pues son ellos
quienes más pueden pagar por recursos y bienes.
El mismo principio
garantiza que el desarrollo que tiene lugar en el Tercer Mundo no va
mucho más allá de enriquecer a las corporaciones de los países ricos,
las élites del Tercer Mundo y la gente que compra en los supermercados
de los países ricos.
La economía global ignora totalmente las
necesidades y derechos de la gente y los ecosistemas. Permite y
garantiza que 850 millones de personas pasen hambre mientras se alimenta
a los animales de los países ricos con 600 millones de toneladas de
cereales cada año, y la mayor parte de la mejor tierra de muchos países
con hambre se dedique a cultivos para la exportación. El desarrollo
convencional, es decir, el desarrollo determinado por las fuerzas de
mercado y el beneficio, es claramente, por tanto, una forma de saqueo:
utiliza la capacidad productiva del Tercer mundo para enriquecernos a
nosotros, no a ellos.
La teoría y práctica del desarrollo
convencional se basa en la idea del “crecimiento y goteo” [trickle down,
de la riqueza hacia abajo], es decir, en el supuesto de que si todos
vamos con entusiasmo en pos del crecimiento en el mercado, ésta será
entonces la mejor forma de elevar al Tercer Mundo a niveles de vida
satisfactorios. ¡Qué delicia para los muy ricos! “No hace falta pensar
en redistribuir la riqueza existente o en producir lo que se necesita,
sólo lo que es rentable…únicamente producir lo que más enriquece a los
que ya son ricos, y la riqueza irá goteando hasta enriquecernos a
todos”. Esto equivale a decir que deberíamos contentarnos con un enfoque
del desarrollo que pone en nuestras manos en los países ricos casi toda
la riqueza del Tercer Mundo, mientras una minúscula fracción de la
misma beneficia a la gente del Tercer Mundo.
El mayor punto ciego
de esta teoría y práctica del desarrollo convencional es que esta meta
es absolutamente imposible. La anterior discusión deja claro que no hay
posibilidad de que el Tercer Mundo se desarrolle como los países ricos o
disponga de los “niveles de vida” del mundo opulento, no hay en ningún
lado recursos ni por asomo para ello.
“Pero, ¡mira China!” Sí, hay
en la economía global lugares en los que la gente logra beneficios
espectaculares y en el que hay beneficios significativos que van a la
gente más pobre. Hay pruebas contundentes de que los “niveles de vida”
de gran número de personas del Tercer Mundo están ascendiendo de forma
notable (véase, por ejemplo, Rosling, 2009.) Sin embargo, esto no
significa que el enfoque del “goteo” sea aceptable o que pueda resolver
los problemas fundamentales.
En primer lugar, los mercados de
exportación en auge de los que disfrutan los chinos se han tomado de
mucha gente de los países pobres que antaño disponía de ellos, pero que
ahora no gana para exportar las cosas que solía vender. También resulta
fácil pasar por alto el hecho de que hay 800 millones de chinos que no
participan de esa nueva riqueza (Hutton, 2007). Los sistemas basados en
el mercado benefician en su mayor parte a la clase media y los ricos, y
crean oportunidades limitadas para que algunos asciendan a la clase
media. Pregúntese a los 500 millones de África, o a la mayoría de la
gente de Haití y Tuvalu sobre los milagros del crecimiento y el goteo.
La mayoría de ellos están sufriendo un PIB per cápita en declive (…lo
que, por supuesto, sólo significa que tienen que trabajar más duro,
recortar el precio de sus exportaciones, talar más bosques…). Muy poca
cosa gotea hasta llegar a los más pobres, y la globalización ha
aumentado el ritmo al que los recursos de los pobrísimos se transfieren a
los ricos (para una amplia documentación, véase la nota ¡Que los ricos creen puestos de trabajo! 6 mitos).
Incluso
para el caso de aquellas clases pobres que se benefician del enfoque
del desarrollo de crecimiento y goteo, los ritmos muestran de modo
evidente que necesitarían cientos de años para ponerse a la altura de
los “niveles de vida” del mundo rico. Entretanto, los países ricos se
habrían elevado a niveles estratosféricos…y los ecosistemas del planeta
se habrían venido abajo hace mucho.
Aunque el enfoque del
crecimiento y goteo estuviera resolviendo los problemas más graves, se
trata evidentemente de una estrategia extremadamente despilfarradora e
injusta. Por cada migaja que arroja a la mayoría pobre, los que ya son
ricos acumulan una inmensa opulencia.
Los países ricos se toman
muchas molestias para mantener asentada la injusta economía global.
Utilizan la ayuda, el apoyo a regímenes brutalmente dictatoriales del
Tercer Mundo, Paquetes de Ajuste Estructural del Banco Mundial, y
suministro de armamento, y recurren a invasiones militares al objeto de
mantener los gobiernos y sistemas que garantizan que nuestras
corporaciones y compradores continúen haciéndose con la mayor parte de
la riqueza en recursos del mundo y apoderarse de la mayoría de los
mercados. Los países ricos impiden deliberadamente un desarrollo
apropiado, es decir, la aplicación de la capacidad productiva del Tercer
Mundo, su trabajo, tierra, habilidades y capital, que desarrollarían
aquellas cosas sencillas que harían todo lo posible por incrementar el
bienestar de sus respectivos pueblos. Las condiciones inscritas en los
Paquetes de Ajuste Estructural del Banco Mundial desechan esto de modo
explícito y decretan que la capacidad productiva debe quedar libre para
que las fuerzas del mercado determinen a qué se destinará, que esté
libre para que las corporaciones la utilicen de cualquier forma que
maximice sus beneficios globales.
Nuestros elevados “niveles de
vida” materiales no pueden seguir satisfaciéndose a menos que continúen
estos sistemas y procesos espantosamente injustos. No podríamos ni por
asomo vivir tan bien como vivimos si no nos hiciéramos con la mayoría
del estaño, café, petróleo, etc., disponibles. El problema de la penuria
del Tercer Mundo no podrá resolverse hasta que el mundo rico reduzca su
consumo de forma espectacular y viva de algo semejante a la parte que
le corresponde en justicia de la riqueza mundial en recursos. Sin
embargo, su meta suprema consiste en aumentar sus niveles de producción,
consumo y PIB.
Así pues, el crecimiento es causa principal de problemas globales
Este
análisis de los “límites del crecimiento” resulta crucial si quiere
entenderse la naturaleza del problema medioambiental, del agotamiento de
recursos y los conflictos armados en el mundo. Aunque pueda haber
muchos otros factores causales en juego, todos estos problemas se deben
directa y primordialmente al hecho de que existe demasiada producción y
consumo.
Así, por ejemplo, tenemos un problema ambiental debido a
que se extraen sobadamente muchísimos recursos de la naturaleza y se le
devuelven con el vertido con creces de muchísimos residuos a un ritmo
que el progreso técnico no puede reducir a niveles sostenibles. Tenemos
un Tercer Mundo empobrecido y subdesarrollado porque la gente de los
países ricos insiste en apoderarse de la mayoría de los recursos, entre
ellos los que debería utilizar el Tercer Mundo para satisfacer sus
propias necesidades. ¿Y qué probabilidades hay de alcanzar alguna vez la
paz mundial si los recursos son escasísimos y no pueden usarlos todos
al ritmo que lo hacen hoy en día sólo unos pocos, pero insistiendo en
enriquecerse cada vez todo el tiempo ilimitadamente? Si se insiste en
continuar en la opulencia, habrá entonces que armarse cuantiosamente,
harán falta armas si se quiere continuar tomando más de lo que en
justicia corresponde.
La calidad de vida
La paradoja última
es que durante décadas ha estado claro en la literatura que aumentar el
PIB de los países ricos no incrementa la calidad de vida (Eckersley,
1997; Speth, 2001.) De hecho, lo que probablemente estamos viendo hoy en
día es cómo desciende la calidad de vida en los países más ricos. ¿Qué
sentido tiene entonces esforzarse en pos del crecimiento económico?
“Pero el crecimiento nos hará tan ricos que podremos permitirnos salvar el medio ambiente”
Esta
afirmación es característica de la mentalidad económica
convencional...sólo con crear riqueza monetaria, podremos resolver todos
los problemas gracias a ello. El error fatal de este argumento resulta
transparente. Si no reducimos la producción de “riqueza” de modo
espectacular y rápido, las consecuencias medioambientales eliminarán
pronto nuestra capacidad de producir cualquier forma de riqueza.
¿Conclusión?
Puestos
a repetirlo, la razón del anterior esbozo ha consistido en dejar clara
la magnitud del problema. Las cantidades de producción y consumo que hoy
tenemos en el mundo rebasan muchas veces los niveles de lo que podría
ser sostenible. No se trata sólo de llegar a una economía que no crezca
ya más; el imperativo reside en alcanzar una economía de estado
estacionario en la que la producción, el consumo, la inversión, el
comercio y el PIB sean fracciones muy pequeñas de sus actualidades
cantidades. En la discusión que sigue intentaremos mostrar que esto
significa que habrá, por tanto, que desechar las estructuras y sistemas
centrales de esta sociedad.
Las implicaciones de largo alcance y profundamente radicales del crecimiento cero
El
problema del crecimiento no es sólo que la economía haya crecido hasta
hacerse demasiado grande, agotando hoy recursos y dañando y
eventualmente destruyendo ecosistemas. El problema más central es que el
crecimiento resulta integral para el sistema.
La mayoría de las
estructuras y mecanismos básicos del sistema se ven impulsados por el
crecimiento y no pueden funcionar sin ello. No se puede eliminar el
crecimiento dejando el resto de la economía más o menos tal cual. Por
desgracia, los partidarios del actual movimiento a favor del
“decrecimiento” tienden a pensar que el crecimiento es como un aparato
de aire acondicionado que funciona mal en una casa, que sólo hace falta
retirarlo y el resto de la casa seguirá funcionando más o menos como
antes.
Si nos deshacemos del crecimiento, no puede haber pagos con
intereses. Si hay que devolver más de lo que se prestó o invirtió, en
ese caso la cantidad total crecerá inevitablemente con el tiempo. La
actual economía depende literalmente del pago con intereses de un modo u
otro, una economía sin pago con intereses debería de disponer de
mecanismos totalmente diferentes para llevar a cabo muchos procesos.
Así
pues, hay que descartar casi la totalidad de la industria financiera, y
substituirla por disposiciones mediante las cuales pueda disponerse de
dinero, prestarlo, invertirlo, sin aumentar la riqueza de quien lo
presta. Eso le resulta incomprensible a la mayoría de los actuales
economistas, políticos y gente del común. Entre los problemas ligados a
ello está el cómo mantenerse en la vejez, cuando esto no puede
resolverse mediante planes caducos que dependen del rendimiento de los
ahorros invertidos.
La actual economía se rige literalmente por ir
en pos del enriquecimiento; esta motivación es la que garantiza una
enérgica busca de opciones, adoptar riesgos, la construcción y el
desarrollo, etc. La alternativa más evidente es que estas acciones se
vean motivadas por un esfuerzo colectivo por hacer funcionar lo que la
sociedad necesita, y organizar y producir y desarrollar estas cosas.
Ello entraña una visión del mundo y un mecanismo de impulso enteramente
diferentes. Dicha sociedad tendría que encontrar otra vía para
garantizar la innovación, la iniciativa empresarial y el correr riesgos
cuando la gente no pueda ya esperar enriquecerse merced a sus esfuerzos
(esto no es necesariamente un problema difícil; véase Trainer 2010a, Ch.
5.)
El problema de la desigualdad se volvería grave y exigiría
atención. No podría afrontarse asumiendo que “la marea alta levantará
todos los barcos”. En la actual economía, el crecimiento “legitima” la
atención y desactiva el problema. La extrema desigualdad no es fuente de
un descontento significativo, porque puede decirse que el crecimiento
económico eleva los “niveles de vida” de todo el mundo”. Pero si el
pastel sigue teniendo un tamaño constante, y todo el mundo se ve todo el
tiempo impulsado por la lucha competitiva por enriquecerse, al poco
tiempo unos pocos de entre los más enérgicos/talentosos/despiadados se
habrán quedado con la mayor parte del pastel. Habría que encarar y
resolver esta desigualdad consciente y deliberadamente, lo que entraña
decisiones sociales respecto a la distribución y porción justa… lo que
implica nuevamente un tipo muy distinto de sociedad.
Por encima de
todo, si no ha de haber crecimiento, no puede quedar ningún papel
reservado a las fuerzas del mercado. Muchos de quienes se oponen al
crecimiento no parecen darse cuenta de esto. El mercado significa
maximizar, es decir, producir, vender e invertir con el fin de ganar
todo el dinero que sea posible gracias a estos tratos para después
intentar invertir, producir y vender más, al objeto de hacer nuevamente
cuanto más dinero sea posible. Dicho de otro modo, existe una relación
inseparable entre el crecimiento, el sistema de mercado y el imperativo
de acumulación que define al capitalismo. Si hemos de terminar con el
crecimiento, tenemos que deshacernos del sistema de mercado.
Los
cambios arriba mencionados no podrían llevarse a cabo a menos que se
produjera un profundo cambio cultural, que entrañe nada menos que
abandone el deseo de sacar provecho. Durante más de doscientos años,
nuestra sociedad occidental se ha centrado en la búsqueda del
enriquecimiento, de la acumulación de riqueza y propiedad (la cuestión
resulta central en los escritos de Polanyi, 1944, y Tawney 1922, en el
surgimiento de la sociedad capitalista a partir de la sociedad
medieval). Esto es lo que impulsa toda actividad económica, así como el
comportamiento de individuos y empresas en el mercado, y se encuentra en
el centro de la política nacional. La gente trabaja para conseguir todo
el dinero que puede. Las empresas se esfuerzan en conseguir el máximo
beneficio posible y por crecer todo lo que pueden. La gente comercia con
el fin de hacerse más ricos de lo que eran. Las naciones se esfuerzan
por enriquecerse sin cesar.
La cuestión de la que resulta
lógicamente imposible huir es que en una economía de crecimiento cero no
habría lugar a este motivo psicológico o proceso económico. La gente
habría de preocuparse por producir y adquirir sólo esa cantidad estable
de bienes y servicios que resulta suficiente para una calidad de vida
satisfactoria, y no tratar de incrementar en modo alguno ahorros,
riqueza, posesiones, etc. Sería difícil exagerar la magnitud de esta
transición cultural. No puede existir una economía de crecimiento cero a
menos que se produzca un enorme cambio en la mentalidad que es
característica de la sociedad de consumo y que ha constituido la fuerza
impulsora dominante de la cultura occidental durante varios cientos de
años.
Subsistencia, obsequio, reciprocidad... suficiencia
La
alternativa a una economía del crecimiento estriba de hecho en una
economía de subsistencia, es decir, una economía en la que la gente
produce para satisfacer necesidades estables y no para acumular riqueza.
En sociedades tribales, campesinas, antiguas y medievales, así como en
muchas comunas de hoy en día, se producen artículos no para venderlos
con el fin de beneficiarse, de acumular dinero con el tiempo. (véase la
discusión de Polanyi, 1944). Se producen para intercambiarlos por otros
artículos necesarios de igual “valor”.
Los días de mercado nos
permiten a todos adquirir las cosas que necesitamos, a cambio de una
aportación a la satisfacción de las necesidades de los otros. Nadie
intenta sacar beneficios del intercambio, todo el mundo intenta sólo
intercambiar artículos de un cierto “valor” por otros del mismo “valor”
(medido habitualmente en el tiempo de trabajo necesario para
producirlos). La gente no va al mercado a hacerse rica (los mercaderes
que visitaban las ciudades, generalmente con cosas innecesarias, objetos
de lujo, para venderlas, comerciaban para obtener beneficio, pero en la
Europa medieval constituían una minoría casi irrelevante en los
márgenes de la corriente económica principal, y no se les respetaba).
En
estas economías de subsistencia, la operación básica no consistía en
conseguir sino en dar…sabiendo que los otros le darían a uno. Dicho de
otro modo, el mecanismo económico clave era el obsequio y la
reciprocidad. Las tribus están gobernadas por elaboradas reglas acerca
de lo que es dar y recibir, que garantizan la manutención de todos
(ninguna persona de las sociedades tribales es pobre o pasa hambre,
salvo que los tiempos sean para todos difíciles).
Son esos los
principios económicos que han de existir, nos gusten o no, en una
economía satisfactoria, viable con la perspectiva de una escasez intensa
e irremediable, en la que debemos desarrollar principalmente pequeñas
cooperativas locales, economías estables centradas en satisfacer
necesidades. Las preocupaciones centrales deben enfocarse hacia la
organización de los recursos locales y las capacidades productivas para
poder mantener a todos sin noción alguna de beneficio o enriquecimiento
con el tiempo. El mecanismo básico debe consistir en dar a los demás y a
la comunidad, sabiendo que nos darán lo que necesitemos (por ejemplo,
contribuir a las abejas obreras voluntarias que mantienen los huertos de
la comunidad).
La historia puede contemplarse en términos del
daño finalmente causado por el impulso de obtener beneficio. A menudo
surge una civilización que mantiene durante algún tiempo una
considerable equidad, pero con el tiempo algunos consiguen riqueza y
poder, y se desarrollan como clase con poder y privilegios crecientes
que domina después al resto Su deseo de obtener beneficios impulsa la
búsqueda de más y más tierras, opulencia, esclavos…y fuentes exteriores
de riqueza. Comienza una fase imperial. Se saquea la riqueza de otras
regiones. Puesto que no existe concepto de lo que es bastante, en poco
tiempo llegan a extralimitarse; se vuelve imposible mantener el imperio,
y la civilización se autodestruye. En la actualidad, Occidente
atraviesa esta fase de extralimitación que apunta a su declive, mientras
que nos rebasa China, impulsada por esa misma obsesión decidida de
enriquecerse y hacerse más poderosa. Esta triste historia no terminará
hasta que los seres humanos aprendan a contentarse con lo que es
suficiente.
Este tema es el núcleo del análisis de “The Simpler
Way” (“Un camino más sencillo”): esta sociedad no tiene arreglo; sus
elementos principales han de descartarse y reemplazarse (Trainer, 2010b)
Lo que es más evidente es que no se puede reformar una economía de
crecimiento para convertirla en una economía de crecimiento cero, y no
se puede eliminar el elemento de crecimiento si se deja el resto tal
cual; hay que levantar una economía completamente diferente. Y sobre
todo, no se resolverán los muchos problemas que causa el perseguir el
crecimiento sin desechar estructuras centrales de nuestra cultura, es
decir, hasta que la gente en general se dé por contenta con lo que es
suficiente, y programe y gestione economías que se centren en la
subsistencia, el obsequio y la reciprocidad.
Así pues, la mayoría
de la gente que apela a una economía estable no parece comprender las
implicaciones de su campaña, ni las razones para pensar que sus
posibilidades de éxito son insignificantes. Por encima de todo, no
parecen haber pensado en los cambios sociales ligados a ello, muchos y
muy profundos, que han de lograrse para poder eliminar el crecimiento.
¿Es compatible el capitalismo con una economía de crecimiento cero?
Debería
ser evidente ya que una economía de crecimiento cero no puede ser una
economía capitalista. El capitalismo se remite por definición a la
acumulación, a ganar más dinero del invertido, con el fin de invertir la
plusvalía para disponer de aún más…para invertirlo al objeto de hacerse
más ricos. En una economía estable sería posible que unos pocos fuesen
propietarios de la mayor parte del capital y las fábricas, y vivir de la
renta de estas inversiones, pero serían como rentistas o terratenientes
que obtienen una renta de su propiedad. No podrían verse impulsados a
acumular, hacerse más ricos, aumentar la cantidad de capital que poseen e
invertir para enriquecerse aún más. Si lo hicieran, unos poquísimos se
quedarían rápidamente con casi toda la cantidad fija de renta y riqueza
disponibles…y pronto el sistema se autodestruiría.
Hay quien, como
Herman Daly, cree que el aumento de la “productividad” permitiría al
capitalismo continuar en una economía de crecimiento cero. El
contraargumento es que habría una ligera tendencia a que esto sucediese,
pero que el efecto sería trivial y efímero.
Hay mucha gente en el
movimiento cada vez mayor en favor del “decrecimiento” que no desea
enfrentarse a la conclusión de que si uno desea deshacerse del
crecimiento, habrá entonces que librarse del capitalismo e
inevitablemente tendremos (algún tipo de) “socialismo”. Es decir, la
economía no podría dejarse en ese caso a la competencia entre quienes
poseen capital activo en los mercados libres que operan en el libre
mercado. Como mínimo las decisiones económicas principales tendrían que
adoptarse por medio de discusiones, debates y planificación
sociales...porque se trata de la única alternativa lógica a dejar que
los “mercados libres” y los poseedores de capital compitan por sacar
provecho.
Resulta crucial recalcar de inmediato que esto no ha de
significar que hayamos de aceptar un gran Estado autoritario,
burocrático que se ocupe de todo y que es probable que no sea del gusto
de nadie. Un bosquejo de una nueva economía aparece a continuación (y
queda pormenorizado en el capítulo 4 de Trainer, 2010). Las decisiones
principales habrían de tomarse colectivamente por parte de todos los
miembros de pequeñas economías (pero con la mayoría de la economía en
forma de empresas privadas).
¿Cuál es la alternativa?
Si
debemos abandonar el crecimiento y reducir de modo ingente la producción
y el consumo, entonces no hay más alternativa que desarrollar una
economía que quede básicamente bajo control social, a saber, en la que
discutamos, decidamos, planifiquemos y nos organicemos para producir esa
cantidad estable de cosas fundamentales que necesitamos para hacer
posible una alta calidad de vida para todos. En las condiciones de
intensa escasez de recursos que se avecinan, para que las comunidades
sean viables tendrán que ser en su mayor parte economías locales
pequeñas, autosuficientes, que utilicen recursos del lugar para producir
lo que necesitan los lugareños. Esas economías sólo pueden funcionar
bien si el control se encuentra en manos de todos los ciudadanos, por
medio de la democracia participativa ejercida a través de asambleas que
representen a la ciudad entera. Esta visión haría posible que la mayoría
de las empresas y explotaciones agrícolas fueran de propiedad privada o
de cooperativas comunitarias, y dejaría poco que hacer a gobiernos
municipales, de los estados o federales.
Aunque las razones en
contra de proseguir el crecimiento y la opulencia han resultado en mi
opinión abrumadoramente convincentes durante décadas, han sido ignoradas
casi por completo. Y si bien atraen cada vez más atención en los
márgenes de la profesión económica, se reconoce poco por desgracia cuán
profundamente radical es la noción de crecimiento cero. Entraña
lógicamente la terminación de varias estructuras y procesos
fundamentales, de valores e ideas asumidas, desarrolladas a lo largo de
cientos de años.
Si es válido este análisis respecto a los límites
nos quedan sólo unas décadas para llevar a cabo esas inmensas
transiciones. Dado que la corriente principal, resueltamente guiada por
la profesión de los economistas, no muestra signo alguno de prestar
atención a estas cuestiones, resulta difícil mantener la creencia de que
disponemos de ingenio o voluntad para salvarnos.
Nota 1: Este
trabajo elabora y amplía una discusión de temas publicada en The
International Journal of Inclusive Democracy, otoño 2010; véase Trainer,
2010a.
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*
Ted Trainer es profesor de teoría económica en Universidad de Nueva
Gales del Sur, Australia; real-world economics review, 6 septiembre
2011. Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón.
Fuente: http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011110605
Fuente: http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011110605
Actualmente, Telcel cuenta con una campaña publicitaria que dice: "Yo soy Telcel y todos los que conozco también". Sin embargo, la modelo del anuncio está generalizando que todas las personas que conoce son Telcel por lo que todo el mundo también. Para que este anuncio pueda ir de acorde al Código de Ética Publicitario debería de decir “mis amigos y yo somos Telcel, que esperas para cambiarte”, de esta manera se hace referencia a que un grupo de individuos son Telcel, no a que todas las personas lo son. Es de suma importancia que los anuncios se apeguen al Código de Ética Publicitario para que el consumidor mexicano pueda tomar las decisiones por el mismo y no se sienta influenciado por la publicidad.
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