La espeluznante visión de miles de animales muertos por falta de agua en el Casanare es un anticipo de lo que espera a nuestros hijos.
Espero que el país no olvide nunca las escenas estremecedoras de la sequía en el Casanare que hemos visto en las últimas semanas: carcasas de chigüiros, babillas podridas, esqueletos de vacas, osamentas de venados, cadáveres resecos de variadas aves, peces sepultados en el barro, caparazones de tortugas agonizantes… Quevedo ya lo había descrito hace 371 años: “… no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte”.
En el apocalíptico paisaje, los únicos movimientos de vida corrían 
por cuenta de animales hacinados en charcas fangosas y tortugas y 
saurios que reptaban en busca de una zanja donde ya no había agua. Mi 
esperanza, repito, es que el país recuerde este desfile fúnebre, porque 
es un anticipo de lo que dejaremos de herencia si seguimos arrasando con
 la naturaleza. Lo más probable, sin embargo, es que muy pronto la 
tensión electoral, la emoción de la Copa Mundo y el nuevo disco de 
Shakira nos hayan embotado la conciencia y sigamos caminando con risueña
 irresponsabilidad hacia el abismo.
Irresponsabilidad que en algunos casos abochorna. Llama la atención 
la actitud de la Ministra de Ambiente, que, cuando ya se cumplían diez 
días de la tragedia, anunció que acudiría al Casanare “la próxima 
semana, con el fin de evaluar la zona y tomar medidas de mitigación”. 
Sí, tranquila, mi señora, no se afane, que murieron 23.000 chigüiros, 
especie en vías de extinción, pero aún quedan por ahí algunos ejemplares
 más. El presidente Santos, que le hace viaje a inaugurar un balón, una 
piyama o un taburete, no consideró necesario visitar la zona arrasada. 
Sorprende también que ciertas asociaciones dedicadas a perseguir a los 
taurófilos miren con indiferencia la suerte de miles de reses y todo 
tipo de mamíferos, reptiles y aves sacrificados en el holocausto 
llanero.
Son varios los posibles culpables: las multinacionales petroleras, 
dicen los ambientalistas Emiliano Duarte Segua y Libia Parales; Manuel 
Peña, de una ONG ecológica, agrega: “Los arroceros y los palmeros que 
vienen acabando con el agua”; la Ministra reconoce que la catástrofe 
“era algo anunciado” (¡¡!!) y responsabiliza a “las corporaciones 
autónomas”; el Alcalde de Paz de Ariporo señala a la Corporación 
Regional de Orinoquia; el director del Instituto de Hidrología, 
Meteorología y Estudios Ambientales sostiene que la sequía “es un 
fenómeno completamente normal”; otros seguramente atribuyen el drama a 
la Divina Providencia.
La naturaleza tiene sus ciclos de invierno y verano, por supuesto, 
pero el calentamiento global, el crecimiento urbano desordenado, la tala
 del piedemonte, la minería (legal e ilegal), el riego de cocales con 
glifosato, los químicos que arrojan a las quebradas los procesadores de 
cocaína, la agricultura y la ganadería descontroladas, la cacería 
salvaje y otras actividades humanas se encargan de acelerar el proceso 
destructor.
Yo aspiro a que no olvidemos las imágenes terribles. Son el espejo de nuestro futuro.
ESQUIRLA. 1) Carlos Castillo, columnista de este 
diario, acaba de publicar un libro que al mismo tiempo deprime, 
conmueve, indigna, divierte y obliga a pensar. Se trata de la detallada 
historia del secuestro de Guillermo la ‘Chiva’ Cortés, ocurrido en el 
2000 pero que solo ahora, tras la muerte de su inolvidable protagonista,
 es posible divulgar. A base de un mosaico de testimonios, Los días que 
se arrastran revela los detalles ignominiosos de un secuestro y también 
lo que ocurre entre los familiares y amigos que intentan rescatar a la 
víctima. A diferencia de la mayoría de estos crímenes, el de Cortés tuvo
 final feliz. Pero al leer el libro de Castillo uno se pregunta si acaso
 hay algún secuestro que tenga final feliz.
2) El Consejo de Estado tumbó, por excesiva y abusiva, la sanción de 
la Procuraduría contra el exalcalde de Medellín Alonso Salazar. Empezó a
 caer la dictadura sectaria de Ordóñez…
Fuente: www.eltiempo.com

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