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El Monopolio Infame de Occidente



El transporte público masivo en Cali, llamado irónicamente MIO, es un fiasco. Como decía Gustavo de Roux cuando apenas se estaba diseñando: “Es un sistema que lleva a la gente de donde no vive a donde no trabaja”, ¡Y cómo lleva a la gente… como si no fuera gente!

Quienes así pensamos, no estamos defendiendo el viejo sistema desordenado y obsoleto, ni somos agitadores profesionales, ni vándalos al servicio de desestabilizar la ciudad ni a sus instituciones, como afirma el Secretario de Tránsito Alberto Hadad ante las innumerables críticas y acciones de oposición al colapsado sistema.

Me gustaría sentar mi posición respecto a la llamada Integración, al diálogo y la concertación y a los derechos ciudadanos.

Por un lado, nuestro sistema NO es integrado. Es monopólico. Un sistema integrado parte de observar el municipio completo, identificar por dónde discurre la vida de sus habitantes, los horarios en los que se transporta la gente, qué tipo de persona usa cada tipo de transporte, el tiempo del que dispone la gente para ir de un lugar a otro y las rutas que más le benefician. Si se conoce plenamente a la ciudadanía, sus hábitos y necesidades, sus costumbres y las relaciones sociales que se tejen en los trayectos del transporte público, se puede concertar qué tramos opera cada tipo de transporte, cómo articular sus fortalezas y poner a fluir la ciudad al ritmo que merece la gente, su dignidad y la calidad de su vida.

Es muy importante estudiar y conocer modelos de transporte en las demás ciudades del mundo, pero nunca un sistema puede ser igual a otro. Y menos puede ser exitoso si es copia de otro fiasco como Transmilenio. (Con el perdón del señor Peñalosa, que sigue defendiendo ese modelo).

Este es el primer obstáculo para hacer un modelo integrado: Se diseña sacrificando todo para beneficio de unos cuantos empresarios que monopolizan las ganancias y distribuyen las enormes pérdidas. Sin embargo, tanto en el modelo Transmilenio como en el MIO, pierde la ciudadanía:

Los y las usuarias, perdemos valiosas horas esperando rutas que no llegan; perdemos salud mental, perdemos calidad de vida, perdemos dignidad, con los toqueteos, los saqueos a los bolsillos y maletines.  Basta mirar la cara de la gente en las estaciones y los vehículos para saber que este transporte “nos puso a perder”, como dice la juventud hoy.

Pierden las empresas pequeñas y los propietarios de un solo vehículo, que son sacados a bolillazos de las calles, con promesas de indemnización jamás cumplidas. Mucha gente por estos días, escribe extrañando la relación cercana con los conductores de busetas y jeeps, con quienes se negociaba hasta el precio del pasaje, obteniendo actitudes de solidaridad y tarifas diferenciales pactadas directamente.

Pierden las comunidades más alejadas, que ven cómo son retirados los jeeps o busetas pequeñas sin reemplazarles por nada, o reemplazados por numerosos ensayos de rutas que después son suspendidas sin aviso previo.

Han perdido incluso los conductores, quienes fueron enganchados con promesas de formalización de su trabajo y mejora de sus condiciones y hoy han visto fraccionados sus turnos y extendidas sus jornadas de trabajo, a veces desde las cinco de la mañana hasta las once de la noche.

Han perdido decenas de transeúntes y ciclistas arrollados por los vehículos del MIO, que no se detienen nunca ante su presencia (no sé si es la consigna o el estrés, pero nunca se detienen, tal vez porque no tienen que “pagar” ningún atropellamiento que se de en sus carriles).

Aún ahora, después del colapso inicial, la única manera de corregir el rumbo es mediante una actitud dialogante. Ese es el segundo problema: Como dice un autor: “La conciencia de carencia es un requisito indispensable para toda persona que intente entrar en diálogo. El diálogo significa, en ese caso, una posibilidad de perfeccionar su humanidad, de llenar su propia carencia y de aprender del mundo que el otro nos ofrece. […] El ofrecimiento que yo hago de mi mundo limitado y de sus verdades, añadido a los mundos de los otros con sus verdades, abren la posibilidad de crear, en el diálogo, un mundo nuevo con verdades más universales, compartidas por mí y por todos los demás dialogantes.»[1]

Este es el requisito que no cumple la actual administración del transporte público en Cali:
No hay derecho. La calidad de vida que merecemos las y los habitantes de este municipio, naufraga entre la falta de carácter y la desubicación del alcalde Guerrero, quien sigue hablando de Cali como de una ciudad desarrollada, justa, llena de ciudadanos felices y la  enorme arrogancia y soberbia del señor Hadad, quien se enorgullece de no dialogar, de castigar implacable al resto de la sociedad a quienes ve como lacayos, desde su porte imperial.

Merecemos mejores destinos, merecemos un sistema que integre nuestras expectativas, necesidades, derechos y diferencias. Hay que recordar que el transporte es un servicio público, aunque lo presten empresas privadas. De tal manera, deben primar los derechos de la mayoría de gente, que indignada, respaldó esta semana la protesta de los transportadores, usuarios y usuarias, aunque rechacemos de plano los actos destructivos.


[1] A. Pérez Estévez, «Diálogo Intercultural», en Utopía y Praxis Latinoamericana, N° 6, 1999, pp. 33 – 53.

Por:
Especialista en educación y en el desarrollo de la comunidad

Fuente: www.las2orillas.co

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